Ecos desde un (VI) Congreso.
"¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos,
y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado"
“El gatopardo", Giuseppe T. di Lampedusa, 1957
Está aún fresco el informe de Raúl Castro y disponible la variopinta
cobertura que medios isleños (Cubadebate, Granma, Juventud Rebelde) e
internacionales (IPS, CNN, AFP) han dado al VI Congreso del Partido
Comunista de Cuba (PCC). Por su importancia quiero abordar en las próximas
líneas varios asuntos ventilados en el cónclave y su relación con
problemáticas de la actualidad política cubana, de impacto en toda la
región.
Un amigo me preguntaba como evaluaría este Congreso, si tuviéramos una
escala donde el 0 significaría el inmovilismo absoluto y el 10 una reforma
radical/estructural del orden vigente. Yo le daría un 4 o 5, lo cual
destaca un desempeño moderado, con tendencia a la baja. Le asigno ese
valor a partir de un conjunto de medidas positivas que en lo material y
simbólico significarán cambios en el modelo actual de socialismo de
estado: desestatización y expansión de la iniciativa privada,
institucionalización y limites a los mandatos. Sin embargo, las
limitaciones, ambigüedades y ausencias del cónclave obligan a moderar
cualquier falso entusiasmo, y los testimonios prevalecientes en la
comunicación sostenida estos días con siete amigos (de ellos seis
residentes en la isla y un emigrado) tienen un matiz común: escepticismo.
El clamor popular.
Como antesala de este Congreso hubo un crecimiento del debate, no sólo en
los espacios institucionales (partidistas, sindicales, barriales)
autorizados para discutir los “Lineamientos”… sino en los foros y
publicaciones intelectuales y en toda la sociedad. Las demandas de la
población han sido claras, extendidas y persistentes, al punto que
permiten delinear una suerte de Programa Mínimo de salida a la crisis:
mejora de la situación económica (con recuperación del salario,
autorización del trabajo privado, atención a la vivienda y el transporte)
y expansión de los derechos ciudadanos (de viaje, información, expresión,
etc.). Dicho clamor lo avalan las declaraciones de artistas como Silvio
Rodríguez y Pablo Milanés, las encuestas de instituciones cubanas, los
estudios de expertos extranjeros, las opiniones de cualquier vecino.
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Ante tamaña demanda (y esperanza) en temas cruciales de impacto e interés
popular el VI Congreso no ha mostrado la discusión requerida, en extensión
y calidad. Se ha denostado una vez más el igualitarismo, término que
confunde errores reconocibles (como el ejemplo de los cigarros otrora
entregados por la libreta de racionamiento a toda la población) con los
mecanismos compensatorios que en algo ayudaron a compensar los magros
salarios de los trabajadores. Resulta inconcebible (e indignante) que los
delegados pareciesen más funcionarios complacientes que ciudadanos comunes
al debatir el asunto de la libreta, al expresar el cronista que “Los
delegados consideraron como magistral la explicación ofrecida al respecto
la víspera por el compañero Raúl y no se extendieron en el análisis de ese
aspecto” . ¿Irresponsabilidad de los presentes y/o torpeza de la prensa,
al mostrar una visión tan aduladora y simplista de los mismos? ¿Acaso
mezcla de ambos problemas?
Es muy positivo que se apruebe la compra y venta de viviendas y
automóviles, así como la expansión de la entrega de tierras a aquellos que
deseen trabajarlas. Las limitaciones existentes a la propiedad personal y
privada en Cuba (en su posesión legal y disfrute real) favorecen la
indefensión ciudadana ante funcionarios corruptos, la expansión de
diversas formas de delito y la generalización de lo ilícito como
mecanismo de regulación social. Ahora las personas sentirán que es posible
obtener bienes e ingresos con esfuerzo propio, sin depender de
asignaciones o vetos institucionales. Sin embargo, habrá que regular sin
demora sobre el particular, para evitar la concentración de propiedad en
pocas manos y el desamparo de sectores y personas vulnerables:
discapacitados, ancianos, niños.
Algo que muchos esperaban era un cambio de la discrecional política
migratoria vigente, decisión que pertenece por entero a las autoridades
cubanas ya que el mantenimiento de la misma obedece más a su uso como
mecanismo estatal de captación de divisas y control (premio/castigo) de
emigrados y nacionales que a la necesidad de defenderse del terrorismo
derechista. Téngase en cuenta que los actos más recientes de ese tipo
(1997) los han cometido visitantes foráneos y no por ello se elimina el
ingreso de turistas. Como han demostrado regímenes aliados -como China-
es posible una normalización de la política migratoria, que elimine los
pagos y permisos absurdos, aportando a la solución del grave problema
sociodemográfico y económico nacional, al eliminar la emigración
definitiva como opción de muchos nacionales y permitir el aporte de
cubanos en el exterior al desarrollo nacional.
Sería un cambio donde ganarían todos: los ciudadanos obtendrían más
derechos y el gobierno podría concentrarse en las tareas de desarrollo y
reordenamiento interior, ganando legitimidad ante el pueblo y el mundo.
Sin embargo, aparentemente eso no preocupó a los participantes del
Congreso, cuyas familias parecen no sufrir los avatares de tan absurda
política.
Llama la atención la salida del Buró Político del ministro de Cultura,
Abel Prieto, uno de los pocos dirigentes dialógicos del estado, cuyo
trabajo le ha valido legitimidad entre amigos y detractores del proceso.
Si unimos este “dato” a señales ambiguas de los últimos tiempos (expansión
de temas y debates sociales en circuitos académicos y de prensa nacional,
junto a acciones punitivas contra el activismo cultural autónomo)
deberíamos encender un foco rojo. Como la protesta masiva de intelectuales
socialistas cubanos del 2007 (atendida personalmente por Abel Prieto) no
modificó el orden de sujeción de la política cultural a la política
política (iv) y en tanto conocemos experiencias anteriores de “retrancas”
al debate (1971, 1996) valdría la pena mantener una alerta sobre los
peligros que tecnócratas y militares quieran interpretar el llamado de
Raúl a un debate “en forma, lugar y modo” a la administración aldeana del
debate y activismo popular. Entendiendo este como un proceso donde la
llave de paso de las opiniones se cierra y abre a gusto del funcionario de
turno, propiciándola o tolerándola en momentos críticos (como los previos
al Congreso) y suprimiéndola en otros, en nombre del “orden y la
eficiencia”.
Las reformas al ruedo.
En su intervención inaugural Raúl ponderó el incremento del sector no
estatal de la economía, ya que este “(…) permitirá al Estado concentrarse
en la elevación de la eficiencia de los medios fundamentales de
producción, propiedad de todo el pueblo y desprenderse de la
administración de actividades no estratégicas para el país”. Fin de la
Cita. Ello nos pone en una situación de doble crítica potencial, tanto al
viejo modelo socialista de estado como a las fórmulas neoliberales, pero
dada la memorable precariedad teórica y el pragmatismo de los burócratas
isleños habrá que ver como el aparato implementa las reformas,
transfiriendo cuotas de poder que hasta ahora controla de forma cuasi
monopólica. Bastará ver si la concepción de lo no estatal se traduce en
persistir en la actual proliferación de los timbiriches -típica de una
economía de supervivencia- o si se asume conceptualmente la necesidad de
fortalecer un sector socialista no estatal (cooperativas, empresas
autogestionadas, emprendimientos comunitarios, asociaciones varias,
pequeña propiedad privada) facilitando créditos, insumos y asesoría en los
ritmos y niveles adecuados.
En Cuba el discurso oficial, en voz de Raúl, habló de “(…) avanzar con
solidez y sin retrocesos en la paulatina descentralización de facultades,
desde el Gobierno Central hacia las administraciones locales y desde los
ministerios y otras entidades nacionales en favor de la autonomía
creciente de la empresa estatal socialista.” Ello sucede tras reconocer
que “La experiencia práctica nos ha enseñado que el exceso de
centralización conspira contra el desarrollo de la iniciativa en la
sociedad y en toda la cadena productiva, donde los cuadros se
acostumbraron a que todo se decidiera “arriba” y en consecuencia, dejaban
de sentirse responsabilizados con los resultados de la organización que
dirigían.” Fin de la Cita.
¿No significa nada esta prolija sentencia para los grupos dirigentes que
en la propia Cuba (o más recientemente en “países amigos” como Nicaragua y
Venezuela) han atacado la tendencia descentralizadora iniciada en todos
los contextos hace dos décadas, en lugar de corregir sus errores
manteniendo una correspondencia y competencias específicas entre los
niveles nacional, regional y local de gobierno? ¿Será compatible esta
descentralización con un modelo de participación como el que persiste en
Cuba -y que hoy promueven otros liderazgos nacionales- básicamente
redistribuidor, movilizativo y consultivo, donde la autonomía de las
organizaciones sociales es sustituida por la subordinación centralizada y
vertical al aparato estatal y en especial a los presidentes? Mi respuesta
es negativa.
Sin esa participación autónoma las reformas institucionales y
administrativas, por bien intencionadas y pensadas que sean, se quedan en
un conjunto de medidas tecnocráticas ligadas a una noción de eficiencia
también tecnocrática. Se trataría de aceitar (y amplificar/sistematizar)
los mecanismos de democracia consultiva y deliberación intermitente que
han caracterizado la gestión del actual presidente, para permitir una
mayor retroalimentación del estado con los criterios de la población, lo
cual queda demostrado en positivo con la rectificación de numerosos
artículos de los Lineamientos y el frenazo dado al desempleo masivo
(anunciado para inicios de este 2011) y la ampliación de apoyos (créditos,
insumos) al sector privado. Pero se trata de una comunicación de un
lado, donde el receptor (estado) se arroga todo el derecho de interpretar
las demandas en las velocidades y profundidad que estime conveniente, sin
tener el emisor (ciudadanía) capacidad para controlar el proceso ni
validar sus resultados en términos de medidas concretas de política
pública.
Enroques del liderazgo
Pero sin duda la “perla” del discurso resulta la sentencia de que “Resulta
recomendable limitar, a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco
años, el desempeño de los cargos políticos y estatales fundamentales.” Fin
de la Cita. Aunque sin señalar que las situaciones que llevan a esa
reflexión obedecen a los errores de un modelo donde la personalización a
todo nivel y la concentración de roles en las máximas autoridades
estatales y partidistas han generado fenómenos nefastos
(ensoberbecimiento, falta de control popular/institucional, repetición de
los mismos errores, corrupción, etc.) la sentencia es lo suficientemente
clara como para prever un cambio en la concepción del liderazgo político
cubano en los próximos años. Sin embargo, no es la primera vez que se
acometen reformas en Cuba (así fue en 1976 y 1993) que luego se revierten
ante la sensación de estabilidad económica, postergando (y encareciendo)
los cambios estructurales. Cabe esperar que en esta tercera ocasión la
reforma no sea abortada si, por ejemplo, aparece el añorado (y explotable)
maná de petróleo del Golfo de México.
En torno a la temporalidad de los cambios vale la pena mirar atrás…y a los
patios vecinos. ¿Hay que seguir aceptando gobiernos donde los caprichos
personales se convierten en política de estado y se bloquean
sistemáticamente la emergencia de nuevos liderazgos y la participación
popular? ¿Acaso si en Cuba se hubiera rectificado real y tempranamente la
concentración de poder en una fecha como 1970 (momento de crisis y
autocrítica generadas por la dirección de la Revolución, encabezadas
entonces por Fidel Castro) hoy la historia no podría ser otra y mejor?
¿Tomarán nota de esto los “socialistas del siglo XXI”?
Porque, aunque tardía y sin reconocer explícitamente daños y responsables,
la propuesta del presidente cubano debería dar que pensar a quienes
pretenden hoy depositar “vino nuevo en odres viejos”, apostando por
reelecciones indefinidas y concentraciones de poder, en varios de los
llamados “gobiernos progresistas”. Por demás, aunque pueda entenderse como
una respuesta a la demanda estabilidad para acometer los cambios, ¿la
concentración de poderes estatal/partidista –ahora en la figura de Raúl
Castro- no señala otro rasgo del viejo modelo que sería necesario
modificar, para este y futuros mandatos?
La sustitución de Fidel en todos sus cargos resulta un acto formal,
importante sin duda, pero que obedece al sentido común y avala una
situación de facto. La composición del “nuevo” Buró Político refleja más
continuidad que cambio, con predominio casi absoluto de militares y viejos
dirigentes del partido en sus curules. De quince miembros, sólo fueron
incluidos tres nuevos integrantes, y el promedio de edad ronda los 67
años, con la ausencia de intelectuales y la solitaria adscripción de una
mujer funcionaria.
Destaca el retorno del antiguo Secretario Ideológico y ex ministro de
Salud Publica, Ramón Balaguer, representante de la ortodoxia partidista y
cuya remoción hace unos meses parecía significar un silencioso
reconocimiento de la dirigencia cubana de la incapacidad/responsabilidad
del funcionario ante el desastre ocurrido en el hospital psiquiátrico de
la Habana, que conllevó la muerte de hipotermia de ancianos internados,
por el cual fue procesado personal médico y directivo de la instalación.
Esto ratifica que en Cuba hay un núcleo de “insumergibles”, cuyo estatus
no está relacionado con el desempeño sino con su pertenencia a la vieja
guardia, y señala los limites y contradicciones de la intención del
presidente de “reforzar la institucionalidad”.
Todos los debates y acuerdos se zanjaron, según nos dice la prensa (y
grafican las fotos) con voto unánime de los delegados. En este sentido
parecería que el IV Congreso (1991) mostró más protagonismo de sus
participantes que el recién concluido, ya que en aquel tuvimos incluso un
delegado que se atrevió a proponer – a contrapelo de la opinión de Fidel-
la restauración del mercado libre campesino, mientras otros proponían
cambios como la aceptación de los religiosos en el PCC y la conversión de
este como “partido de la nación”. Ante semejante desempeño del conclave
actual, con la persistencia del falso unanimismo tantas veces denunciado
por el propio Raúl, quedan claros los límites estructurales y culturales
del modelo actual para promover la participación y deliberación serias de
la gente, incluso en los foros y personas que le son afectas. En este
rubro la señal parece clara: más de lo mismo.
¿Conclusiones?
El VI Congreso quedó corto en cosas que muchos reclamamos (participación
autónoma y no solo convocada estatalmente, derechos de viaje e
información, reconocimiento claro irreversible de la economía social como
elemento importante del nuevo modelo) aunque aludió problemas centrales
(déficits de ingresos, burocratismos, doble moral) sin repetir promesas
populistas de acueductos terminados y abundantes vasos de leche. Continuó
la retórica (auto) complaciente del apoyo masivo de la población a cada
decisión gubernamental y la identificación maniquea entre estado, nación y
pueblo, estigmatizando con el sambenito de contrarrevolucionario a un
segmento de la población al que se le niega (y penaliza) el acceso a foros
y plazas públicos. Pero insistió de forma positiva –aunque insuficiente-
en el reconocimiento de la diversidad social, en ampliar la participación
y debate en canales oficiales y profesar el respeto al disenso para con
los segmentos adherentes y pasivos de la ciudadanía.
Cuando tantos camaradas en toda Latinoamérica- víctimas de propagandas y
dogmas- conciben y defienden una Cuba ideal (e irreal) donde sobran los
médicos y se exportan, la vivienda es un problema resuelto y funciona una
perfecta democracia participativa, valdría la pena que leyeran, con calma
y entre líneas, los discursos de Raúl y analizaran, en su real dramatismo,
los ecos y contexto de este congreso. Se trata de un momento histórico
donde los pataleos y acomodos de un viejo orden (y sus gestores) coinciden
con los destellos (en las iniciativas y demandas de la gente) de algo
nuevo que aún no alcanza nacer.
Por lo que señala y por lo que sugiere, habrá que esperar secuelas
concretas de este conclave, de sus frenos y avances, de lo cual se podrán
sacar lecciones. De las medidas que se implementen en semanas sucesivas
quedará en claro si este Congreso fue un aquelarre que selló una
bancarrota o sirvió como plataforma para relanzar los objetivos y promesas
de justicia social, desarrollo e independencia de la Revolución de 1959.
Espero que los debates de nuestra precaria esfera pública, por calidad
intelectual y por civismo, tomen nota de estos escenarios y den cuenta de
las esperanzas (¿frustradas?) y energías populares para enfrentar el
futuro. A fin de cuenta, aquí como allá, el problema ha sido la
superación del capitalismo subdesarrollado y dependiente con un sistema
social superior, que preserve la soberanía nacional sin sacrificar la
popular.
Y sobre todo el abandono, sin abrazar las recetas neoliberales, de un
modelo de gestión político social donde las personas (y sus derechos) son
subordinadas por las estructuras, los medios más perversos devoran a los
fines más nobles y la democracia popular termina siendo una consigna y
práctica vacías, que hipotecan el ideal del socialismo. Eso -y no una
retórica vacía e irresponsable- es lo que se juega en Cuba hoy, más allá
de cualquier Congreso.
jueves, 21 de abril de 2011
Cuba: Ecos desde un (VI) Congreso
Publicadas por
Colectivo Autónomo Magonista afiliado a la Federación Anarquista de México (FAM-IFA)
a la/s
12:39 a.m.
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