sábado, 27 de noviembre de 2010

25 de noviembre 2010

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publicado en Página/12
fecha: jueves 25 de noviembre de 2010
difundido por RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina

OPINION

¡Te voy a quemar viva!

Por Eva Giberti


La amenaza comienza a reiterarse. Lo advierten las profesionales que
atienden los llamados al Centro de Llamadas que responde al número 137
del Programa Las Víctimas contra las Violencias dependiente del
Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos.

Al escuchar la angustiada voz de la joven mujer que reclamaba
atención, las operadoras registraron que distintas mujeres habían
repetido el llamado con la misma amenaza. La Brigada Móvil contra la
Violencia familiar concurrió para asistirlas. No obstante, el riesgo
se mantiene latente. En particular si la mujer sostiene su relación
con el sujeto esperando que “él cambie”. Porque “quizá lo dijo en un
mal momento”. Neutralizar estas amenazas mediante racionalizaciones
ingenuas –debido al interés amoroso hacia esa persona– puede
desembocar en un ataque concreto. Es probable que el responsable, si
es acusado, niegue haberlo dicho o que, en caso de encontrar testigos
de esa amenaza, insista en afirmar “¡Estaba jugando! Lo dije en
broma”. De manera que prioritariamente contamos con el testimonio de
quien fue amenazada.


¿Familiar o doméstica?

¿Se trata de violencia familiar o doméstica? ¿Y si el sujeto no es
miembro de la familia de la mujer amenazada? Cualquiera sea su
posición en relación con ella, esta amenaza está incluida en los
contenidos de las leyes.

Es pertinente revisar las expresiones violencia familiar y violencia
doméstica, ya que ambas seleccionan un segmento de víctimas que
encubre y silencia el tema clave: la violencia contra las mujeres.

Si se presentara ante el Poder Legislativo un proyecto de ley que se
refiriese a este tema llamándolo por su nombre, violencia contra las
mujeres, ¿sería fácilmente aprobado? Es un interrogante que merece ser
considerado. Pero si se menciona al género –hablando de violencia de
género– el reconocimiento de estas violencias no tergiversa su
contenido esencial. Hablar de violencia de género supone
(estadísticamente) que se trata de violencia contra las mujeres.
Aceptado este planteo, ¿cuál es el problema si nos referimos a
violencia doméstica y/o familiar?

Las expresiones que focalizan una particular índole de víctimas,
porque es necesario distinguirlas para responsabilizarse por ellas y
solicitar la sanción a sus agresores, generan un recorte: se
instituyen en “mujeres golpeadas”, o en “víctimas de violencia”. Se
instalan como “aquellas” a las que les sucedió –o les sucede– algo
terrible y a las que es preciso ayudar. Conclusión certera e
indiscutible.

Si refinamos el análisis de estas dos expresiones, precisamos
alertarnos y no distraernos pensando que violencia familiar o
doméstica es otro fenómeno propio de “la violencia” que siempre
existió. Cuando en realidad se trata, específicamente, de violencia
contra las mujeres.

Quienes sostienen que “violencia hubo siempre” proponen neutralizar
esta especificidad al desconocer que los hechos violentos contra las
mujeres construyen historia, como lo evidencian las narrativas que,
mediante el lenguaje, incorporan herramientas para amenazar, dañar y
matar. El incremento de la actual amenaza “Te voy a rociar con nafta y
voy a prender fuego” o “te voy a quemar viva” son verbalizaciones que
si bien no constituyen inventos propios de la época –ya que el
fenómeno existió previamente– la aplicación de esas frases adquirió
actualidad merced a las últimas historias conocidas. Enriqueció el
imaginario social con la incorporación del fuego como colaborador del
ataque contra las mujeres. Enriquecimiento que se postula a sí mismo
como más refinado debido a las huellas que puede dejar en la
sobreviviente, además del espantoso dolor que las quemaduras generan.

Dentro del campo de las violencias familiares o domésticas (cualquiera
de las dos expresiones es semánticamente discutible), haber
incorporado esta nueva amenaza, que comprobadamente se reitera, alerta
acerca de la premeditación que se pone en juego: ha sido preciso
pensar en el líquido que podría utilizarse, tener cerca el fósforo o
el encendedor y seleccionar la ocasión. También fantasear con los
resultados del hecho: “la dejo marcada para siempre”. O bien “la
mato”.


La historia y la narrativa

Esta índole de crueldades forma parte de la historia de los actos
violentos protagonizados por el género masculino, mientras que la
verbalización de lo que “se va a hacer” o ya se llevó a cabo aparece
como un nuevo estilo, propio de las narrativas que caracterizan los
ataques a las mujeres. La descripción se instituye como narrativa
histórica que enuncia o interpreta lo que se narra. Por ejemplo, la
milonga que canta “Si no te rompo de un tortazo es por no pegarte en
la calle” representa una ideología masculina muy cuidadosa, ya que
advierte que para pegar es mejor que no haya testigos. Se sigue
pegando, preferentemente dentro de los domicilios (el domus de los
latinos) y en familia, familiar y doméstica.

La inclusión de la amenaza por el fuego se actualizó como extensión de
hechos cercanos publicitados por los medios, o sea, dependiente de la
época.

La violencia que suscita la amenaza del fuego y su posterior puesta en
acto reproduce el tiempo de las mujeres quemadas en las hogueras de la
Inquisición, incorpora el terror previo de quien se imagina a sí misma
envuelta por las llamas. Tiende a historizar en el pensamiento y las
sensaciones de la víctima un suceso anticipado que conduce a la mujer
a su propia imagen como una persona inerme. Ella no podrá hacer cosa
alguna, paralizada por el espanto y el triunfo de la combustión. Lo
cual es diferente de la amenaza del golpe.

Recortar este sector de las víctimas de violencia familiar o doméstica
–por razones comprensibles y necesarias– arriesga descuidar la
concepción de las violencias contra las mujeres que nos involucra a
todas. Aunque “a mí nunca me violentaron”, como sostienen algunas
congéneres, absolutamente desprendidas de su propia realidad como
integrante de las culturas patriarcales y sexistas que nos regulan la
cotidianidad.

Asistimos al surgimiento de una “moda” en las políticas de las
amenazas contra las mujeres que se articulan con el estudio de las
narrativas derivadas de distintas formas de violencia actualizadas por
los medios de comunicación según las posibilidades de la época.

Estos sujetos amenazantes a veces, asesinos en oportunidades, han
aprendido cómo ejercer otra forma de poder verbal. Alcanza con
escucharlos una vez, habitualmente precedido por golpes, para
comprender que un asesino potencial disfruta al escucharse a sí mismo.
Quizá decida cerrar el circuito para escuchar los gritos de su
víctima. Esta “moda” transparentó una dimensión de la violencia
masculina hasta ahora escasamente ejercida. Ahora logró su plenitud.

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